AUTENTICIDAD
TAO DEL TAI-CHI
Autor: Félix Bargados
“A causa del desinterés,
se realiza el interés”
A bote pronto y dicho así, quizá a alguien le
parezca un concepto paranormal. Pero lo cierto es que, sorprendentemente, es
para-normales.
Tan normal, y tan para
normales que no me resulta difícil decir, lo que nadie podrá negar sin peligro
de rondar la hipocresía. La ironía de que, el hombre común, cuando hace una
cosa, en nada se ocupa menos que en esa cosa, porque casi siempre lo hace para
otra. Y así niega la primera cosa.
Este desatino que pasa de
mano en mano es tan absurdo como cierto.
El absurdo de que, hacer
una cosa para otra roza la alienación. Y alienado no se puede ser muy feliz.
Y no veo ejemplos que más se acerquen a esta detestable
locura que…
Cuando alguien estudia, lo hace
para aprobar un examen.
Cuando alguien trabaja, lo
hace para obtener emolumentos.
Cuando alguien practica
Tai-chi, lo hace para curarse de sus dolencias.
Venderse a estos menesteres
es posponer los verdaderos beneficios que por cierto residen fuera del control
personal.
Si estudio, lo que está
bajo mi control es aprender, no aprobar.
Si trabajo, lo que está
bajo mi control es mi vocación, no obtener dinero por ello.
Si practico Tai-chi-chuan,
lo que está bajo mi control es mejorar mi armonía, mi relax, no curar una
dolencia.
Aprobar un examen, éxito en
el dinero, y espantar las dolencias, son cuestiones indirectas, no las principales.
Lo que propone la filosofía del TAO sería llevar el estandarte en las cosas que
están bajo mi control y no inmiscuirme en las que no dependen de mí para acabar
fagocitado por ellas.
Pues en este derrotero,
podría seguir con ejemplos hasta el infinito, en los que se puede estar
actuando por los caminos retorcidos antedichos, y por decirlo de otra manera, a
más de uno le caerá como un sopapo existencial, saber que el camino más frecuentado suele ser el que más engaña.
En definitiva, a mi me
consta que, este mercadeo con la salud, con la felicidad y con todos los
valores de raigambre nunca fue avisado consejero. Y negar que esto es así,
tampoco le salvará el pellejo de la felicidad, ni le servirá de nada a nadie,
porque nunca la realidad desaparece por cerrar los ojos.
Al hecho, comentaba un amigo:
- Me molesta que me digan que soy un interesado.
- ¿Y eso porqué te lo dicen?
- Si me invitas al almuerzo te lo cuento.
Este fantasma de la astucia,
del que huye despavorida, la inteligencia, dejando campear a sus anchas a la astucia,
acabará por ocultar a la felicidad bajo la fea máscara de una frustración, por
el hecho de actuar en servidumbre, sometido al señorío del apego, del cual se
concluye el famoso bloqueo mental, que intercambia el amor en lo que se hace
por el interés.
- Putencia ¿sólo me amas
porque mis padres me dejaron una fortuna?
- No, por supuesto que no,
te amaría sin importar quién te la dejó.
Esta obviedad del “astuto
interés” que nos desvía del auténtico hacer de cada cosa, que aunque bien conocido
resulta negado, es evitado por la persona sincera y digna que coquetea con el más
puro TAO, y se reafirma constantemente en la idea de que, el que hace una cosa
por otra, no ama verdaderamente la primera cosa, y el que hace una cosa sin
amor, consolida un casamiento con la infelicidad.
Y es a causa de la
exaltación de esa astucia como fácilmente viramos hacia el vértigo de
precipitarnos contra corriente, y es así como será muy esforzado aprobar el
examen, disfrutar de la vocación del trabajo y curarse de las dolencias. Porque
la “hiperintención desviada” de la que hablamos, que adolece del síndrome del
bebé caprichoso : “quiero lo que
quiero, cuando lo quiero y sin
importarme para nada lo que hago”, que se despliega por todos los costados,
desvía la energía intencional hacia otros derroteros y hace entrar en conflicto
al TAO interno, a la naturaleza interna. Lo que produce, tarde o temprano, una dicotomía
interna incapaz de concebir nada grande, que terminará por decolorar lo que fue
nuestra auténtica y honesta primera intención, y nos aboca frecuentemente a la
ley del “esfuerzo invertido”.
Sentado todo lo anterior,
parece incompatible ser “ser humano” y
ser feliz. Pero el caso es que, las personas expertas en el uso del Tai-chi, o
simplemente cualquier persona con menos retraso de lo habitual, sabe hacia
donde extender la mano en busca del bello camino del TAO, inmerso en el mágico
continuo de que lo importante no es lo que hace, sino lo que hace en lo que
hace.
En ese caso, cuando estudia
con autenticidad, lo hace para aprender. Y así de paso, aprobará.
Cuando trabaja con autenticidad, lo hace disfrutando
como vocación. Y como efecto colateral obtendrá beneficios monetarios.
Cuando practica Tai-chi-chuan
con el corazón puro, lo hace para disfrutar de “cabalgar el viento”. O sea, de fluir
en la armonía. Y como sobrevenido por añadidura, probablemente y seguro que será
así, superará sus dolencias.
Y yendo más allá en el despertar de estas realidades, cuando se
realiza Tui-shou, no se hará para ganar al compañero, sino para deleitarse con
dulzura, de la armonía Universal.
Cuando se realiza una forma no se hará asediado por demostrar a
la galería o al hinchado orgullo propio, lo bien que la sabemos hacer, sino
para disfrutar íntimamente de las sensaciones.
Valgan como algún ejemplo
entre los muchos, estas “bombas explosivas” que vierto, orientadas todas en el
mismo sentido aunque no en los mismos términos, no son para tirar a dar, sino sólo
para ilustrar, que los asuntos humanos no siempre marchan tan felices como
debieran. Y lo digo para poner en relieve, que se debe fijar como objetivo lo
que hay que tomar por finalidad.
La finalidad debería ser la
de, no hacer las cosas para otros
objetivos, sino hacerlas por el placer de si mismas.
Y a esta finalidad
inmanente, al goce de toda actividad realizada per se,
con una meta en el mismo camino del hacer y sin meta en otro futuro, es la
salvación de la vida, gana una densidad auténtica que brota desde la pureza del
desinterés, Y… tan verdadero como
bello “vacío de interés”, siempre celebrado a los cuatro vientos en el Tai-chi
de alta alcurnia, se denomina con toda propiedad, desapego.
No precisamente el que
proclamaba un estudiante del Tai-chi:
- Estoy practicando el desapego, y he llegado a
la conclusión de que el
dinero no es nada.
- Y ¿montones de montones de dinero?
- Hombre, eso ya es algo…
Para redondear, y a la luz
de todo lo dicho, parece concluirse que la grandeza del hombre y lo que es
propio de las mayores eminencias, reside en hacer cualquier cosa que haga,
entregándose lozano a la agudeza vigilante
de estar despierto en lo que sencillamente tiene entre manos, de ejercicio y de
objetivo.
Tengo la completa seguridad
de que quien es auténtico en lo que hace, nada halla con que cambiar el interés
de su quehacer, y así, inaugura un futuro libre de tempestades. Este principio de
autenticidad así fundado, es un sumo bien al cual tiene que seguir por derecho
propio, como la sombra sigue al cuerpo, un gozo profundo y una alegría del
alma. Y no hay mayor regalo que poder acceder a esta puerta secreta de entrada
al tan sencillo por mundano, como fantástico por espiritual TAO, y gozar abundante
en pleno deleite del alma, de cualquier cosa que se esté haciendo, sin pensar
en otros resultados, sino más bien en las eternas maravillas que habitan en tan
sublime actividad, sea la que sea la que esté haciendo. Sereno de humildad como
un lago profundo, liso y tranquilo.
En tal sentido es como el humilde
hombre del TAO del TAI-CHI, poniendo
su interés en el desinterés, y no pensando en si mismo, brilla en todo su esplendor, y logra elevarse hacia lo más
alto.
Artículo Original de
Félix Bargados
Félix Bargados
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reservados.
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