SECRETOS DEL TAI-CHI
Pisa el freno
VIVE MEJOR
Autor: Félix Bargados.
“Si acelero tras
el tiempo este se me escapa de entre las manos”
A menudo se olvida que, el tiempo parece discurrir
más rápido cuando más nos apresuramos.
Como ya sabrá, y sino se lo digo yo, la precipitación
nunca fue avisada consejera. Y ahora, lo suyo es reconocer que, la vida actual, que se
mueve por cauces presurosos no es vivir, sino sobrevivir.
Por el contrario, la vida buena...y no me refiero con esto a la buena vida, sino a la vida buena. O sea la calidad de vida, no quiere prisa.
Porque “la vida es calma. Y lo cierto es que, si no
se siente la calma, no se siente la vida”.
No me ha sido difícil ser consciente de que, todos
los que en algún momento nos hemos dejado arrastrar por el circular turbulento
de los acontecimientos huracanados, y la prisa que bulle como lava candente
desde las profundidades de nuestro ser, tuvimos la sensación de que “la prisa
lleva demasiado tiempo” por dos razones:
Una porque nos hace errar continuamente.
Otra porque nos roba el alma. O sea, el tiempo de
disfrute.
“Vísteme
despacio que tengo prisa” dijo Napoleón.
“Desnúdate despacio que lo disfrute” diría su
esposa Mª Luisa, supongo yo…
El caso es que nos hemos trasformado en absurdos zombis por
cuyas venas circula el veneno explosivo de la prisa. Pero lo peor es que la mayoría
de las veces, este circular por la autopista de la prisa, asfaltada con
materiales tóxicos, no responde a nada apremiante, sino que ya es una pulsión
costumbrista, movida por las turbinas de la
inercia.
Más allá de lo anterior, que se entere bien todo el
mundo, sobre lo que dos chiflados, que perfectamente podrían ser cualquier persona,
hablaron en plena calle:
¿Adonde vas tan deprisa?
No lo se, pero ¡vamos, apúrate! que llegamos tarde.
Ya sabe, pura costumbre ponzoñosa.
Pero lo peor no es la prisa en sí, ni siquiera los
acontecimientos acelerados.
El problema gordo es ¡¡¡que el tiempo mismo parece
acelerarse!!!
Si, ha oído bien.
El tiempo se acelera.
No es sólo que yo me apresure.
No es que los acontecimientos se desboquen como un caballo salvaje.
Es que el mismo tiempo se acelera como un tren sin frenos.
O sea que, para el hombre con 30 años, victima de la
tiranía de la civilización, el tiempo parece discurrir más rápido que con 20,
con 40 más rápido que con 30 y así sucesivamente. Y no sigo porque entonces voy
a delatar datos sobre la edad, que no vienen a cuento…
Así las cosas parece que el tiempo discurre
incontrolado e incontrolable en un vértigo salvaje cada vez más urgente. Como un tren en plena aceleración al que hay
que seguir cada vez más rápido, a la carrera primero y en sprint como alma que lleva el diablo después, para mantenerse a su frenético ritmo.
Por decirlo de otra manera, la sensación de que el
tiempo se acelera, en realidad, es un problema de inconsciencia. La
inconsciencia continua en los quehaceres cotidianos hace que el tiempo parezca
acelerarse. Algo en el fondo neurótico que a muchos acaba enfermando.
Y a esto argumentaba un doctor al paciente tumbado en la camilla:
¿Que es lo que va mejor en su ocupada agenda, ejercitarse en pisar el freno media hora o estar muerto las 24 horas?
Y a esto argumentaba un doctor al paciente tumbado en la camilla:
¿Que es lo que va mejor en su ocupada agenda, ejercitarse en pisar el freno media hora o estar muerto las 24 horas?
Demos cuenta con todo que, la lentitud
o rapidez del paso del tiempo lejos de ser un enigma que se descubre (como la ciencia descubre las cosas), es un
misterio que se desvela. Y es que
frente a los misterios hay que posicionarse con el asombro y la infinita
paciencia para desvelar lo que es sólo nuestra sensación subjetiva.
Nuestra pura subjetividad.
Cuentan que estaban en medio de “Gran
Vía”, tres caracoles y una tortuga depanzurrados por el asfalto, en lo que
parecía ser la hecatombe de un accidente monumental por colisión frontal
múltiple entre ellos mismos. Y un policía muy sorprendido, pregunta:
- Pero… ¿Qué diantres es esto? ¿Qué ha sucedido aquí?
A lo que la tortuga espeta:
- No lo se, ha sucedido
todo tan deprisa…
Así de subjetivo puede ser la sensación del paso
del tiempo.
Vamos acercándonos a una solución para la prisa patológica y que esta sea tan inconsciente como el agua para el pez.
Pero antes de llegar a ella conviene subrayar que,
enterarse bien de lo que aquí se va a decir exige asombro y paciencia. Si prosigue
con el asombro y la paciencia en la calma que este tema merece, en breve le
regalaré tal solución.
Caso contrario, la indiferencia impaciente y el
aceleramiento en la lectura, y los atajos, neutralizarán todo secreto que yo le
pueda comunicar. De hecho, sería como el que llega a una sala de conferencias y
pregunta:
Buenas tardes necesito saber rápidamente si es aquí
donde se da la charla para vivir sin prisas ¡venga, holgazanes, vagos, que
tengo mucha prisa!
El Tai-chi-chuan tiene la solución simple a un problema
tan complejo.
El Tai-chi-chuan tiene la exquisita solución anti-prisa
a la enfermedad del actual “homo rápidus” en esta “cultura de la prisa”.
Esta solución tiene la explicación propia de una
pescadilla que se muerde la cola y se come toda entera:
Prisa - inconsciencia.
Inconsciencia
- prisa.
Es decir, el tiempo se nos escurre como la miel
líquida de entre los dedos, porque no somos conscientes del momento presente, y
no somos conscientes porque nos apresuramos.
¿Quiere decir esto que si practico carreras de
velocidad, el tiempo me pasará más deprisa?
No, nada de eso. Porque incluso la
lentitud externa podría ser presurosa si en el interior hay prisa-inconsciencia.
Y en este caso, la prisa inconsciente tropezará igualmente con sus propios pies.
A la vista de lo dicho, ni que decir
tiene ya que, es el estado interno quien determina la sensación.
Lo cual significa que, es la actitud,
la que determinará la altitud.
El tiempo se acelera cuando me acelero en mi
interior, o lo que es lo mismo cuando se supera el umbral de alteración de base de una persona.
No cuando se va más rápido.
Y es que no se debe confundir prisa con velocidad.
Sería como confundir el tocino con la velocidad por
el hecho de que pisar un trozo de tocino me hace resbalar, y por tanto, marchar
a más velocidad. Nada que ver.
Pues por la misma razón, prisa es una cosa y
velocidad otra. Que tengan un punto en común no significa que sean lo mismo. No
hay que confundir conceptos.
De hecho mis piernas pueden acelerarse todo lo
rápido que necesite, que mientras mi cerebro no se acelere, el tiempo, o mejor
dicho, la sensación del paso del tiempo no se acelerará.
Pero también es cierto que si ralentizo mi
exterior, siendo consciente de la lentitud, mi interior seguirá los pasos de mi
exterior.
Lento.
Consciente.
Así es como se frena el tiempo.
Y…eso se aprende
Esta ventaja, es una fuente de salud que trae
consigo otras ventajas asociadas, el pensamiento será mucho más clara así como
el arraigo a la frescura del eterno presente, el sistema nervioso estará más
tranquilo. En definitiva, mi salud me lo agradecerá, pero también mi felicidad
lo agradecerá porque vivirá con más plenitud y no se perderá los buenos
placeres de cada instante, como el tipo que entra un día en el restaurante y se
los pierde:
- ¿Desea menú señor?
- No. Hoy tengo mucha prisa, tráigame sólo la
cuenta.
Parece que lo que cuenta es finalizar las cosas,
más que el disfrute.
Aunque todos sabemos que saborear la lentitud es lo
importante. Para ello se debe entrenar lento, como hacemos en Tai-chi-chuan
durante los primeros años de práctica.
Dicha lentitud aporta virtuosismo sin límites, porque
ayuda a la integración de la intención en el gesto.
De nuevo, la
lentitud, la consciencia.
Pero parece obligado plantear que a veces es la
tentación de ser más veloz lo que nos puede. Y lo peor de la tentación es caer
en ella. O quizá también se haga inconscientemente para ocultar los errores e
incluso para evitar ver la realidad.
Llega uno a la cantina muy apresurado:
-De prisa, de prisa, deme
tres chupitos. Rápido. Venga…¡vamos!
El barman pregunta:
- Pero…¿cuál
es la prisa?
- Si usted tuviera lo mismo que yo también tendría
prisa.
- Y ¿Qué es eso que tiene?
- Sólo tengo cincuenta céntimos.
El Tai-chi-chuan se práctica lento en la primera
etapa de aprendizaje, en parte para que no se oculte inconscientemente un error
con otro error, y no se tape la realidad verdadera con otra realidad artificial
e hiper-superficial. A saber que, dos errores no constituyen un acierto.
Durante la práctica de la técnica del
Tai-chi-chuan, es conveniente cultivar la sana costumbre de moverse lento,
también por otros factores :
El primero ser consciente
de usar la espiración sincronizada con el movimiento lento para rellenar virtualmente las extremidades de
Chi. Como rellenando el brazo con una pasta de dientes para conseguir consistencia
y poder, mientras proyectamos un gas que se desprende de esa pasta, por los
dedos o palma de la mano.
El segundo ser consciente
de espirar con la
intención de poner el Chi en los “perfiles
efectivos”, que son las líneas del
brazo o puntos de
aplicación que actúan
contra el adversario.
El tercero es ser
consciente de inspirar rellenando el cuerpo de presión y abriendo
articulaciones, como si
el brazo fuese
hinchable, para aumentar los flujos de Chi en los meridianos.
En cualquier caso, un tempo
lento nos brinda la posibilidad de “condensar
el tiempo”. La medida del tiempo ordinario,
vulgar e impropio, cambia y pasa más lento al quedar prendado de una
durée fluyente, que promociona un agradable estado modificado de consciencia, en favor de
un estado continuo alerta de la mente.
A saber que cuando me
apresuro y estoy en modo multitarea en la vida cotidiana, el tiempo parece
pasar más rápido. En cambio cuando calmo mis actividades y discurro con calma
infinita y a una sola cosa por vez, el tiempo parece pasar más lento y la
atención se amplifica. A esto nos referimos con “estado modificado de
conciencia”.
Sólo cuando se es practicante avanzado, y ya es
seguro que no caeremos en la tentación del apresuramiento, será el momento de
moverse rápido (como se hace en “mano fantasma” y en “manos dispersantes”),
porque aunque su cuerpo se mueva rápido, en el interior permanecerá la
lentitud.
Si. El exterior será rápido, pero en el interior
permanecerá la lentitud.
Con la sensación de que el tiempo discurre lento y
calmado. Para decirlo de otro modo, si la velocidad te lleva, que la
tranquilidad lleve las riendas.
A esa extraña pero maravillosa sensación, en
Tai-chi-chuan la denominamos con muchísima propiedad “quietud en el movimiento”.
Quietud en movimiento significa que, la quietud no
será algo opuesto al movimiento, sino lo mismo. El movimiento y la quietud se
funden en una misma cosa.
El movimiento es externo, y la quietud interna.
Quietud existencial por decirlo de otro modo.
Y este refugio será el sosiego continuo que podemos
llevar siempre con nosotros a dondequiera que vayamos. Una calma en flujo
constante mientras el movimiento continúa y continúa.
Todas estas grandes
cosas te las voy a enseñar en breve.
Con un pequeño ejercicio.
Un simple ejercicio. Muy humilde.
No olvidemos al
respecto que, para conseguir grandes cosas, hay que hacer pequeñas cosas.
Es una ley de la
vida humana.
A las cosas grandes
se llega por las pequeñas.
Por tanto, vamos a aprender a hacer
cosas pequeñas por fáciles, pero muy efectivas.
Porque así como los sueños deben ser grandes, es
decir, pensando que lo que hacemos nos va a llevar a algo grande para
inspirarnos, los seres humanos como inteligentes que somos no deberíamos hacer
cosas difíciles, sólo cosas fáciles que nos llevaran a grandes cosas.
De modo que:
PENSAR EN GRANDE.
ACTUAR EN LO FÁCIL, EN LO PEQUEÑO.
Me explicaré mejor
en lo que quiero decir con los términos “fácil y pequeño”.
Al practicar estas cosas pequeñas, si las
circunscribe sólo a “entrenamiento rigurosos” y a lugares designados, parecerá
que nunca hayan sucedido en su vida y nunca formarán parte de usted en todas
partes.
Mientras que si sus
actividades forman parte de “la bella prosa de la vida”, entretejidas en todas
partes, serán parte suya e irán con usted a todas partes como una sombra. Y así
es como pequeños
entrenamientos durante las actividades cotidianas del día a día, hacen un gran
cambio.
Tan solo necesita amar lo
que hace e integrarlo en su vida en pequeñas dosis. No se preocupe de haber
desperdiciado tiempo con la prisa, hay tantas bellas auroras que aún no han
brillado...
Y…¡¡¡AHORA MISMO
PUEDE EMPEZAR!!
En la vida cotidiana puede, o mejor “debería”, pisar el freno, disfrutar del hermoso paisaje y saborear la agradable
lentitud.
Vamos a pisar el freno con suavidad. Vamos a practicar la
lentitud.
Y cuando la
mente nos diga…que lo dirá seguro: No puedes ahora, ahora no puedes ralentizar
porque no tienes tiempo, tienes prisa. Entonces usted debería pensar:
Veamos si es verdad…
Decida concentrarse ahora mismo, esté
lo que esté haciendo, pero en una mística asociada de hacerlo todo más despacio
de lo habitual, mientras limpie su mente de cualquier prisa.
Primero intente el placer de eliminar un
tercio de la velocidad en lo que hace ahora.
Cuando lo haya conseguido, intente
hacerlo más lento y consciente, a la
mitad de la velocidad con la que habitualmente lo hace ¡aunque disponga de poco
tiempo! Tanto sin contempla el cielo azul como en la danza vertiginosa de la
vida en la ciudad, permanezca con la misma imperturbable calma interna.
Sorprendentemente sentirá como el
tiempo transcurre deliciosamente y muy despacio en una placentera serenidad.
El hecho de ir más despacio y de
hacerlo todo ralentizado, nos sumerge en la bondad de un maravilloso estado de
relax, en un estado placentero de alerta, y de aprecio supremo a los detalles,
donde el ritmo pausado del hacer y el espejo interior donde se mira el propio
hacer, se reconocen.
Ponga todos sus sentidos en ello y
céntrese cálidamente en lo que siente.
La calma es hermosa. Muy hermosa.
Ponga sus sentidos, en la fragancia
del aire, en un bocado de comida, que
experimenta, que siente…una
cosa por vez, porque lo contrario sería como si para disparar a un pato ”apuntáramos a todos los patos que vuelan,
no acertaríamos a ninguno”. De hecho, para acertar es necesario concentrarse en
uno.
Cuando la lentitud exterior
está a la mitad de lo habitual, puede dar por terminado el ejercicio. Es un
buen nivel de “Tai-chi-chuan extrapolado a la vida cotidiana” para
principiantes. Mejor dicho, para
cualquiera, principiante o avanzado.
Pero si lo desea ¡¡¡aun hay
más!!!… a decir verdad, lo más
interesante está por llegar…
VAMOS A EJRCITARNOS DE MANERA MAS PROFUNDA.
Ahora puede seguir practicando en la vida cotidiana, ralentizando,
pero en este caso ¡¡¡en el interior!!!
Comience a ralentizar más y
más en el centro de su ser mientras su exterior sigue a la misma lentitud
anterior. A lentitud del 50%. Pero ahora cada vez más lento en el interior,
hasta que el interior se va aquietando y se detiene por completo, como una
fotografía, quieta, completamente quieta.
Hasta que sentirá que no tendrá tiempo para
tener prisa.
Cuando se detiene el
interior la naturaleza toma el control…
La mente se rinde a la
naturaleza y ha logrado la sensación del “máximo supremo”, o si lo prefiere
“eje supremo” que nos inspira el TAI-CHI en su término. Ese eje supremo se
refiere al sosiego sereno, la tranquilidad pacífica e imperturbable que reside
en lo más profundo del SER. Es el ojo del huracán que esta siempre en la paz sonriente
de una calma chica, por muy bravío que sea el temporal externo.
Aunque todo se mueva, el
SER está quieto como una placentera balsa de aceite, reposando apaciblemente en
el eterno crisol del tiempo.
Ese es el secreto íntimo del
Tai-chi.
El secreto íntimo del
Tai-chi es moverse bajo el paraguas de la lentitud, bajo el cuál después asoma la calma interior.
Y con esta, aparece el
silencio existencial.
Por último moverse
sintiendo.
Así se alcanzará un
equilibrio y armonía plenos de felicidad.
Ese interior imperturbable,
se siente como estar en el mundo sin ser del mundo.
De este modo, una energía y
vitalidad del presente nos inunda suavemente mientras todo se hace ante la
exaltación de la lentitud, y es cuando, los latidos del corazón humano en
calma, medirán el acompasado flujo de los movimientos, tan tranquilos y
centrados como si sólo existiese lo que se hace, “al mirar una vela, simplemente mirar, al
caminar, simplemente caminar, al sentarse, simplemente sentarse”.
Lento. Muy lento. En calma
absoluta.
EN SILENCIO
Entonces se experimenta la
plenitud de un presente ralentizado,
el encanto de la alerta tranquila.
Muy atento al punto
infinitesimal de
cambio que se produce al pasar de una actividad a otra, tal y como
ocurre en la forma de
Tai-chi-chuan.
Al cabo parece concluirse
que, todas las cosas vienen de algún sitio y van de camino hacia algún lado,
pero cada instante es lo único que existe, y “el instante” nos libera tanto de
la ansiedad futura como de la culpa pasada “acerca de otro instante”.
El instante es la cualidad
natural que debería ser el perejil de todas las salsas y no la flor de un solo
día.
Artículo Original de Felix Bargados
Todos los derechos reservados.
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